domingo, 27 de octubre de 2013

En Austria (I parte)

Aprovechando que no tenía que volver a trabajar hasta el jueves y aprovechando también que el invierno aún no había llegado decidimos que era una buena idea ir a conocer una de esas ciudades a las que llaman imperiales y que sabíamos que teníamos que ir a visitar antes o después: Viena.



Ese viaje lo empezamos el sábado por la mañana temprano. Arrancamos el coche, nos dirigimos a Brno, seguimos dirección sur y cuando llevábamos recorridos unos 130 kilómetros tuvimos que parar porque acabábamos de entrar en otro país.

Tuvimos que parar no porque tuviésemos que presentar el pasaporte o el visado, esto del espacio Schengen es un avance increíble, sino porque teníamos que comprar la pegatina para las autopistas de Austria: una semana por 8.5€, no está mal, sobre todo teniendo en cuenta que en España, para ir de Coruña a Madrid te puede salir por algo más de 15€ en autopistas y con esos 8.5€ íbamos a poder utilizar todas las autopistas de Austria durante 7 días, y creedme cuando os digo que realmente le sacamos partido.

Llegamos a Viena sobre las once y media, el día estaba soleado y un poco frío, perfecto para visitar una ciudad que teníamos ganas de conocer por todo lo que nos habían hablado y habíamos leído de ella. Aparcamos en la calle al lado del hotel, lo bueno de visitar una ciudad en fin de semana es que, en general, no tienes que preocuparte de pagar el estacionamiento, subimos las cosas a la habitación mientras en la recepción estaban poniendo cubos por todas partes debido a una fuga de agua que solventaron rápidamente y nos decidimos a ir andando hasta el centro de la ciudad. Que quedaba como a unos 15 minutos.


Pasamos por un mercadillo de segunda mano en el que vendían de todo y que estaba atestado de gente, el Naschmarkt y después empezaron a aparecer los restaurantes típicos de este mercado que, no sabemos por qué motivo, estuvieron cerrados durante todo el fin de semana. Una pena porque nos habían recomendado comer en esos puestos-restaurantes y disfrutar de una de las cosas típicas de la ciudad. 

Al llegar a Karlsplatz nos fuimos en dirección a la catedral (la catedral siempre está en el centro de la ciudad) y ya empezamos a ver el por qué de la fama de la ciudad. 



Edificios históricos por todas partes, el palacio de la ópera, la catedral, las calles peatonales, las fuentes, las plazas, gente hablando en diferentes idiomas por todas partes y todo acompañado del sol que no nos abandonaba. 

Una vez visitada la catedral nos fuimos callejeando hasta el palacio Hofburg y los jardines Volksgarten. Nos quedamos sorprendidos con la que había allí montada: helicópteros, baterías de cañones, soldados por todas partes, tanques, baterías antiaéreas... no es que estuviesen en guerra, aquello parecía el día de las fuerzas armadas. Y claro, en un día festivo, todo estaba lleno de gente a más no poder así que decidimos dejar la visita al palacio para el día siguiente y seguir caminando hasta el anillo central de la ciudad.
 

En ese paseo nos cruzamos con el Parlamento, el Ayuntamiento y los edificios de la Universidad, a cada edificio más majestuoso que el anterior (el del Ayuntamiento es, a nuestro parecer, el más impresionante). 

Aparca si quieres (en la calle)
En el Ayuntamiento también tenían unos palcos con música y estaban haciendo unas demostraciones caninas así que decidimos descansar las piernas y sentarnos un rato antes de seguir con nuestra visita. 

Después de la Universidad decidimos montar en el metro, comprar un billete de 24 horas y regresar al hotel a descansar un rato porque habíamos madrugado bastante ese día y, caminando, caminando, ya nos habíamos metido una buena cantidad de kilómetros en las piernas.


Por la noche bajamos a cenar a un restaurante mexicano y como quedaba por la zona del Ayuntamiento y el Parlamento pues nos fuimos a sacar fotos nocturnas del lugar. Es curioso cómo pueden cambiar los edificios del día a la noche, siguen siendo igual de bonitos o igual de feos, pero tienen otro 'no se qué que qué se yo'. Después de las fotos volvimos al hotel a preparar las visitas del día siguiente.

Al día siguiente nos levantamos temprano para no encontrar demasiada gente en el palacio Hofburg y conseguimos dicho objetivo. Eran como las nueve y media y en el palacio había poca gente, algo que parecía increíble si lo comparamos con la cantidad de gente del día anterior. Estuvimos recorriendo el palacio con una audioguía y viendo cómo vivía Sisi y la cantidad de cosas buenas que tenía la realeza austríaca. Una visita que nos llevó como dos horas y que nos dejó buen sabor de boca.


Junto con la entrada de ese día compramos también el billete para entrar en el palacio Schönbrunn y nos regalaron una entrada para una cosa que le llamaban "El Museo del Mueble", no sabíamos muy bien lo que era pero como era gratis pues tampoco dijimos que no. Así que decidimos seguir con la visita programada de ese día y si, al final de la misma, nos sobraba tiempo, nos pasaríamos por allí a ver qué se cocía.

Así que una vez que salimos del palacio Hofburg entramos en los jardines Wolksgarten para ver lo bien que cuidan los vieneses las plantas en época de invierno. Y es que, cómo no, los jardines estaban muy bien cuidados, un paseo muy agradable que nos dejó justo donde queríamos: el anillo de la ciudad.


Nos habían comentado que para ver rápidamente la ciudad lo mejor era montarse en uno de los tranvías que circulan por el anillo y sentarse al lado de la ventana. Eso hicimos y volvimos a recorrer toda la zona del Parlamento, el Ayuntamiento y la Universidad y, como ese tranvía nos dejaba en otro de los puntos turísticos de la ciudad pues seguimos en él hasta llegar a Hundertwasserhaus. Vamos, la zona de las casas raras. Algo que se ve en diez minutos pero que merece la pena visitar para disfrutar de otro tipo de construcción no tan convencional al que estamos acostumbrados.


Volvimos a montarnos en el mismo tranvía pero en sentido contrario y nos dimos una vuelta al anillo de la ciudad hasta llegar a la Ópera, lugar en el que nos bajamos para volver a acercarnos a la catedral y buscar la mejor manera de llegar al museo del mueble.


Nos costó un poco encontrarlo porque no es una gran atracción turística pero finalmente entramos y lo que vimos allí nos dejó un sorprendidos, quizás porque no esperábamos nada del museo pero resulta que tenían expuestas varias muebles y objetos de los palacios y te podías entretener bastante leyendo las historias que se contaban con algunos muebles.



Cansados de la visita nos fuimos a descansar al hotel para poder bajar por la noche a cenar algo y caminar por las calles. Esa noche llovió un poco así que en vez de cenar al calor de un calentador en la calle lo tuvimos que hacer dentro de un restaurante cercano a la catedral, eso sí, cuando salimos, ya había parado. Parece que el tiempo nos quería regalar una visita tranquila a la ciudad.


Ese sería el último día completo en Viena, pero aún no habíamos acabado porque al día siguiente, antes de salir hacia nuestro siguiente destino, íbamos a parar en el palacio de verano de los emperadores austriacos: Schönbrunn

Eso si, xa na seguinte entrada :)

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